Hacia un entendimiento nuevo de las técnicas corporales (XVII)
El contacto con nuestro cuerpo, a través de la escucha interna, es una de las herramientas más eficientes a la hora de comunicarnos con nosotros mismos y, por consiguiente, también con el entorno que nos rodea.
Controlando y escuchando los movimientos de nuestro cuerpo podemos conseguir que el contacto con nuestro interior sea cada vez más fluido. Si no somos capaces de entrar en contacto con nosotros mismos, la interacción con nuestro entorno será deficiente en determinados aspectos, los cuales pueden ser muy diferentes a los que podemos suponer.
Así, la falta o inhibición del contacto interior puede generar impedimentos a la hora de realizar las acciones más cotidianas, como escribir, sentarnos, andar, etc. Gradualmente vamos desarrollando una cierta incapacidad en el aprendizaje corporal. Las malas posturas se van colando en nuestro patio interior y no conseguimos sacarlas de ahí, generándonos desequilibrios mentales y emocionales, pues todos nuestros planos de expresión están relacionados.
Pongo un ejemplo, que por ser de factura cotidiana no deja de ser menos aterrador: A la mayoría de las personas mayores con malestares relacionados con su aparato locomotor se les envía a “andar” x kilómetros por día, pero realmente, ¿saben hacerlo bien? – ¿ANDAR? Ciertamente, en este caso hay beneficios que no son meramente físicos, sino más bien psicológicos, al no quedarse esta gente encerrada en casa. Pero si no andan bien, los perjuicios a medio y largo plazo pueden ser mayores que los beneficios, sobre todo en personas cuya incapacidad se ha concentrado en algún lugar concreto de su cuerpo.
Entonces, la cuestión fundamental que se nos plantea es: ¿Cómo mejorar esa capacidad de entrar en contacto con nosotros mismos, como desarrollar la escucha interna? Parece fácil y al mismo tiempo complicado, con un destino similar a la escucha verbal, la cual se está quedando en manifiesto desuso y es que si todos hablan, nadie escucha. De manera análoga, si siempre dejamos que hable nuestro exterior, nuestro interior termina quedándose mudo y nosotros sordos. En fin, una especie de sordera selectiva, que no nos permite escuchar cualquier cosa que nos podría crear conflictos.
Así que, conflictos al margen, voy a proponer algunos ejercicios donde lo que se plantea es entrar en contacto con ciertas partes del cuerpo. Aquí juega un papel importantísimo la imaginación, tanto si se trata de fotografiar sin cámara como de adecuar la realidad a estas necesidades momentáneas que van surgiendo. Me explico: Si quiero contactar con una zona ósea profunda, convendrá ablandarla, lo cual físicamente no es posible, pero en nuestra imaginación sí se puede, aumentando la eficacia del movimiento o ejercicio que estemos realizando.
Por sus características especiales, el lugar que elegí para facilitarnos la escucha interna a través del movimiento fue la piscina. El agua nos ayuda en esta tarea de comunicarnos con nosotros mismos, nos obliga a prestar más atención a nuestras percepciones, al encontrarnos en un medio diferente al habitual. Al mismo tiempo disminuye nuestro peso corporal, lo cual favorece los ejercicios. Tanto en la playa como en la piscina podremos comprobar hasta dónde podemos llegar con estos ejercicios de estiramiento simples, pero eficaces en cuanto a sus resultados.
Ejercicio 1: Dentro del agua, agárrate al borde de la piscina, separando tus piernas en V y en rotación externa (con lo que las cabezas de fémur se rotan hacia afuera con respecto al eje del cuerpo), despegando y alejando hacia cada extremo. También los brazos están en rotación externa y la cabeza floja o alineada con el resto de la columna.

Ejercicio 1:
Dentro del agua, agárrate al borde de la piscina, separando tus piernas en V y en rotación externa (con lo que las cabezas de fémur se rotan hacia afuera con respecto al eje del cuerpo), despegando y alejando hacia cada extremo. También los brazos están en rotación externa y la cabeza floja o alineada con el resto de la columna.

Ejercicio 2:
Misma situación de salida que el ejercicio anterior, pero juntando tus piernas flexionándolas hacia tu abdomen, dejando que tu cadera caiga hacia el suelo y permitiendo que se despegue tu zona lumbar.

Ejercicio 3:
Aleja una pierna hacia delante de ti intentando mantener la curva de tu columna lumbar, si te cuesta flexiona la rodilla de esta, la otra se alarga hacia el suelo de la piscina.
Nuestra primera impresión suele ser que estos ejercicios son pasivos ya que en el agua no cargamos con el peso real de nuestro cuerpo, pero si después los realizamos en tierra, nos daremos cuenta de que quedó grabada la experiencia en el agua, proporcionando mayor fluidez a nuestros movimientos.
La técnica que enseño, vista desde fuera, es poco pretenciosa. Sin embargo, aunque aparentemente no estemos movilizando nada, si realizamos los ejercicios correctamente nos daremos cuenta de las nuevas zonas movilizadas, quizás incluso al día siguiente, experimentando nuevas sensaciones. Por supuesto, esto implica siempre una correcta compensación de los movimientos durante la práctica, de lo contrario esas sensaciones positivas se convertirán en molestias innecesarias. Llegado a este punto, no me cansaré jamás de repetir que las molestias del día siguiente nunca son la prueba de haberse ejercitado bien, sino más bien de lo contrario. A estas alturas ya deberíamos ser capaces de abandonar determinados conceptos de gimnasio totalmente anticuados.
Bien realizada, la actividad corporal nos ayuda a darnos cuenta de lo que somos y hasta donde somos capaces de crecer. Estando en contacto conmigo mismo podré integrar lo que siento y lo que pienso con lo que hago. Este estado de congruencia se traduce en una vitalidad y energía percibida por los demás, ya que estamos emitiendo este mensaje con todo nuestro cuerpo. De esta manera, estamos modificando el entorno para poder crecer y desarrollarnos, que es lo que todos deseamos.