Hacia un entendimiento nuevo de las técnicas corporales  (XVIII)

Cuan cerca de nosotros está ese recorrido corporal – aunque solemos negarnos a caminar por él, por una supuesta falta de tiempo, por posponer la decisión de comenzar o simplemente  por miedo a lo que nos podemos encontrar

Tendones de Aquiles, húmeros, isquiones…  igualmente podría decir Gran Vía, San Bernardo, calle Luna. Al comienzo del viaje intento ubicarme en el mapa y después trato de averiguar cual es el camino más directo que me llevará a mi punto de destino.

Con el cuerpo sucede algo parecido, primero elijo los lugares que quiero recorrer, intentando enlazarlos y después direccionarlos para llegar a sentir desde esos lugares una mayor proyección en mis movimientos habituales. Luego, hablando siempre de zonas determinadas con nombre propio de mi cuerpo, vendrán las preguntas como ¿donde están?, ¿qué funciones desempeñan?, ¿qué movimientos me permiten hacer?, ¿cómo consigo poner mi imaginación en marcha para que esa zona muscular no se contraiga mientras estoy movilizándola? Las preguntas son infinitas y aportarán mayor atractivo y amplitud al recorrido elegido para la ocasión. Cualquier parte de nuestro esqueleto que se salga del vocabulario mediático – Homero lanzó el talón de Aquiles a la fama y la tibia y el peroné nos son familiares porque en los partidos de fútbol nos muestran en cámara lenta cómo se rompen – están como fuera de nuestro mapa corporal. Por otro lado, están las partes que se encargan de recordarnos su existencia por las molestias que generan… cervicales, lumbares, pantorrillas, etc.  El dolor nos induce a pensar en un problema aislado de este punto en concreto, pero la realidad es que se genera por la falta de integración en un recorrido complejo que tenga en cuenta la totalidad de nuestro cuerpo.

Generalmente a  de pasar un tiempo determinado y personal de  práctica para ir familiarizándonos poco a poco con cada zona de nuestro cuerpo. Aunque las preguntas que nos vamos haciendo en el camino pocas veces encuentran una respuesta satisfactoria, existen muchos métodos para acercarse a ella.  En nuestro coches encendemos el GPS, pero, ¿que hacemos en cuando se trata de nuestro cuerpo?

Uno de ellos, y no precisamente el menos importante, se llama diccionario. En cualquier clase de idiomas está siempre a mano, pero después de una sesión de ejercicios corporales solemos tener otras cosas en mente que seguir fastidiándonos buscando en el diccionario o en Google esos términos desconocidos cuyas respuestas y definiciones intuimos nos plantearán aún más preguntas. Eso si al llegar a casa al cabo de dos horas todavía nos acordamos de alguno. Preguntar durante la clase podría ser una solución, pero sobre todo en las clases grupales la dinámica del grupo suele dar al traste con nuestras buenas intenciones. Así que os recomiendo que no intentéis recordar todo lo que se dijo sino ir paso a paso y extraer de cada clase un sólo tema en el que luego profundizáis, como por ejemplo el hueso sacro.  Buscad ilustraciones, comentarios en foros, intentad dibujarlo palpándolo al mismo tiempo – y con el tiempo veréis que os haréis con un arsenal considerable de marcadores en vuestro mapa interno y comprobareis que poco a poco nuestro GPS interno se va poniendo en marcha.

También el uso de complementos como ladrillos, bandas o balones nos acercan a sentir y comprender el funcionamiento de la zona en cuestión, como se muestra en nuestro primer ejercicio. Cogemos un ladrillo o una pelota blanda y la colocamos, tumbados boca arriba, en el sacro. Este ejercicio practicarlo sólo después de un buen precalentamiento.

En el segundo ejercicio,  relajamos la zona sacra, aflojando nuestros muslos sobre el abdomen y nos balanceamos hacia un costado y otro, dejando la cabeza en el centro.

Con estos dos simples ejercicios, la próxima vez que acudamos a una clase la zona sacra ya estará marcada en nuestro mapa corporal. De lo que se trata es de ir familiarizándonos cada vez con cada parte, como cuando aprendemos a conducir.

Al principio los recorridos que hacemos son algo inhóspitos, sin enterarnos apenas cómo hemos conseguido llegar a la meta, pero las siguientes veces ese recorrido ya se torna más fluido, hasta que empezamos a disfrutar.  Es relativamente sencillo comprobar que para cada zona hay determinados métodos y mecánicas que nos van direccionando hacia el sitio deseado, la cuestión es que, al mismo tiempo, estén perfectamente integrados con los movimientos que se generan en el resto del cuerpo, al igual que los marcadores de un GPS se encuadran en el contexto de un mapa.

Muchas son las secuencias que se pueden armar en una clase focalizando nuestro interés en un sitio u otro de nuestro cuerpo. Así que pongamos en marcha el mejor GPS que hemos conocido –  el nuestro.  Los caminos serán variados, las metas cambiarán, pero siempre intentaremos acercarnos a la meta elegida de la forma más orgánica posible, manteniendo la escucha hacia nuestro interior.

Cuando hayas hecho un recorrido completo y descubierto nuevos caminos y metas, anímate a proyectar tu experiencia positiva interior hacia el exterior. Con el tiempo descubrirás que hay más interdependencias de las que imaginamos. Hablaré de ellas en uno de los siguientes artículos.

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