Los pies soportan nuestro peso y reciben la reacción del suelo, por ello es necesario conocer bien su funcionamiento e integrarlos con el resto de nuestro cuerpo. Lo cual, por regla general, no suele ser el caso. Existen métodos de trabajo que permiten un desarrollo homogéneo de las partes que componen al pie, corrigiendo posiciones y movimientos. No es suficiente que este trabajo de desarrollo se realice únicamente en una clase de ejercicios físicos, sino que, para que los efectos beneficiosos sean rápidos y duraderos, es importante que sepamos trasladarlo a nuestra vida cotidiana.
En primer lugar veamos los componentes anatómicos básicos. El pie se compone de 26 pequeños huesos conectados por ligamentos. El movimiento de los huesos es posible por medio del trabajo de músculos y tendones, por otra parte algunos nervios aportan control y sensibilidad. La estructura ósea principal del pie está compuesta por tres grandes elementos: Tarso, Metatarso y Falanges.
• Tarso: Parte posterior del pie que comprende 7 huesos llamados tarsianos.
• Metatarso: La parte central del pie que está compuesta por los 5 huesos metatarsianos.
• Falanges: Cada dedo tiene tres falanges a excepción del dedo gordo que sólo tiene dos.
Podemos empezar a conocer estos elementos tratando de identificarlos a través del tacto, peso, apoyos en diferentes superficies o elementos y probando su resistencia
sin forzar en exceso, manteniendo nuestro equilibrio interno y distribuyendo bien sus fuerzas. Las bandas elásticas, ladrillos y pelotitas serán facilitadores en este proceso de contactar con nuestros pies.
Nuestro cuerpo tiende, de forma natural y debido a nuestra condición de bipedestación, a una colocación y distribución de pesos que no siempre son las más correctas para mantenernos en buena forma.
Cuando estamos de pie, nuestro peso tiende a irse hacia nuestra zona delantera lo cual provocará que todos los músculos que se encuentran en nuestra zona posterior se contraigan y nuestros pies se pongan en garra, provocando una situación de contracción crónica en la zona posterior. Equilibrar nuestra zona anterior con la posterior desde la colocación de nuestros tobillos en alineación con rodillas y caderas, sería una manera de comenzar a mejorar este problema postural. Por ejemplo, en situaciones cotidianas en las que estamos de pie un tiempo determinado, como esperando un autobús, solemos llevar la mayor parte del peso sobre una pierna y también hacia el dedo pequeño del pie, sobrecargando esa zona y provocando tensiones en otras partes del cuerpo como en la zona coxofemoral, que sufrirá una sobrecarga en su articulación. En este caso sería correcto, o digamos al menos mucho mejor, repartir el peso sobre los dos pies por igual y distribuyéndolo desde el talón hacia los extremos de su dedo gordo y pequeño, como si fuera un trípode. De esta manera, las fuerzas estarían mejor repartidas y los pies estarían sometidos en menor grado a las tensiones mecánicas del peso. Reconocer que el centro en nuestros pies pasa por la zona que se encuentra entre el dedo gordo y el que le sigue cambiaría esa sobrecarga, siempre que contemplemos esa
HACIA UN ENTENDIMIENTO NUEVO DE LAS TÉCNICAS CORPORALES
Zona en relación a las demás zonas de nuestro cuerpo. Es como comenzar a poner orden en un lugar de nuestra casa, pero teniendo en cuenta qué forma parte de ella. De manera análoga, podríamos seguir relacionando más partes del cuerpo con nuestros pies y analizar el efecto que tiene sobre ellos cualquier sobre esfuerzo que realicemos en cualquier parte de nuestra anatomía. Ello nos ayudará a evitar las malas costumbres en la cotidianidad. Un ejemplo, incluso con riesgo de lesión: Cuando flexionamos una rodilla o las dos y no sabemos alinearla correctamente con el tobillo y cadera, desplazándola fuera del eje vertical que marca el tobillo, podemos provocar una sobrecarga en la articulación de la rodilla , tobillo y cadera, lo cual afectaría a nuestros pies debilitándolos.
Es importantísimo conocer bien estas interdependencias que relacionan a nuestros pies con las demás partes del cuerpo para que cumplan correctamente su función dinámica, así como trabajar su flexibilidad, ejercitando todas las posibilidades de movimientos que nos brindan. Un ejemplo positivo: El tobillo pone al pie en contacto con los huesos y músculos de la pierna. Si elevamos sutilmente los maléolos internos elevamos, al mismo tiempo, los arcos de los pies, y de esta manera, solo tomando conciencia de nuestros maléolos internos, mejoraríamos muchísimo la posición de los arcos de nuestros pies y su capacidad para soportar peso. Veamos otro ejemplo: Para alinear caderas y rodillas, habría que rotar las caderas sutilmente hacia afuera para que las rodillas estén alineadas, quedando ambas de frente y no giradas hacia dentro, con lo que los pies tendrían sus arcos elevados y con mayor capacidad para soportar peso.
Es muy importante realizar ejercicios e ir relacionando nuestros pies con el resto del cuerpo, hasta incorporar cada vez más en nosotros esas relaciones, para no permitir deformaciones que lamentablemente son cada vez más comunes. Y si ya hay signos de deformaciones al menos tratar de revertirlos. Los ejercicios específicos de pie nos traen muchísimos beneficios, a través de ellos conoceremos mejor nuestros pies y sus limitaciones físicas. Esto unido a un conocimiento básico de anatomía nos permitirá poder movilizar mejor nuestros pies, que en definitiva son los que nos acercan al mundo.
“Existen métodos de trabajo que permiten un desarrollo homogéneo de las partes que componen al pie, corrigiendo posiciones y movimientos. No es suficiente que este trabajo de desarrollo se realice únicamente en una clase de ejercicios físicos, sino
que, para que los efectos beneficiosos sean rápidos y duraderos, es importante que sepamos trasladarlo a nuestra vida cotidiana.”